Comenzó en unas cabinas de internet. Blancas, grandes, cerradas, con ventanas pequeñas en cada pared. Sentí vergüenza por haberme masturbado y/o eyaculado (no recuerdo el acto de la masturbación, pero sí tener el pantalón abajo, ahí sentado en esa cabina, frente a una pantalla, y el semen sobre mis piernas). Estábamos jugando algo similar a Age of Empires II. Las ventanas estaban cerradas, pero yo sabía que había alguien en la cabina a mi derecha, lo conocía y no quería que se diera cuenta de lo que había hecho.
En un momento mi amigo de la infancia Joseph me habló desde fuera y me dijo que almorzáramos juntos; a mí eso me sorprendió de manera positiva, ya que él tiene otros amigos con los que comparte esos momentos. Le dije que ya lo alcanzaba, pero me estaba sintiendo mal y confundido emocionalmente, sentía vergüenza.
Cuando salí de esa cabina entré a una habitación que era una especie de cocina precaria pero grande. Este espacio tenía cuatro fogones grandes, como industriales, con un gran margen de espacio entre cada uno.
Yo tenía un plato con un huevo que ya estaba frito encima de una arepa blanca y delgada. Este es un desayuno cotidiano para mí en la casa de mis padres. Tenía dos huevos crudos y puse a freír otro, pero en ese momento estaba confundido y desconcertado. Puse el plato ya servido a cocinar, después abrí el huevo crudo pero sin ninguna olla o superficie. Empecé a mover las cosas de un fogón a otro, puse individuales como si fueran ollas y todo era cada vez más caótico; no entendía por qué hacía eso.
Intenté poner los tres huevos en un plato, pero se me perdieron entre todo lo que había al fuego; objetos sin sentido. Cuando logré sacar todo, me di cuenta de que un huevo no estaba cocinado sino todo baboso entre los fogones. Saqué los individuales color quemado, duros, como crocantes e inservibles. Me di cuenta de que eran los individuales de la casa de mis papás, y eso me genero estrés y sufrimiento por las futuras repercusiones.
Mientras todo ese caos sucedía, yo solo pensaba en qué excusa darle a Joseph para no acompañarlo. Yo sabía que él me estaba esperando, yo lo quiero y aprecio mucho, pero era como si me diera vergüenza compartir con él.
Entonces todo tomó estética china. Era como si dejara de ser yo y pasara a ser un personaje oriental, fuerte, respetado, pero herido.
Todo seguía sucediendo en esa cocina precaria cuando apareció otro personaje chino —mi hermano—. Tenía un aire envidioso, sospechoso, pero yo lo amaba. Me contó algo que a mí me llenó de orgullo y yo quise celebrarlo, pero por una tradición tenía que hacer una especie de rito para aplaudirlo, lo cual me iba a doler por mis heridas físicas. Igual iba a hacerlo.
Todo se movió al exterior, ya la estética de nuestro entorno era totalmente oriental, al igual que las personas que nos rodeaban. Me quité el traje y tenía el cuerpo vendado, y empecé a hacer unos movimientos que eran necesarios para posteriormente aplaudir a mi hermano.
Mientras hacía eso, él salió de un balcón frente a nosotros y dijo algo. Instantáneamente su vestimenta cambió a un traje de realeza oriental, alguien con poder.
Mi mamá abrió la puerta y entró a mi cuarto. Yo estaba a medio dormir. Abrí los ojos para que no pensara que aún soñaba.
Mientras iba y venía de mis sueños y la realidad, la experiencia se mezcló con otro sueño que tuve hace unos días, en el que viajaba a Bolivia, entraba a barrios no turísticos, peligrosos. Lo que me quedó de esa mezcla corta de sueños y realidad fue una señora boliviana, grande de aspecto, que decía que ella no confiaba en nadie, solo en Cristiano Ronaldo.

