lunes, 11 de enero de 2010

Un negocio por la paz

Imagínate sentado entre almas, sombras y corazones, donde lo único que repele las vagas energías es esa esperanza de realizar la fusión otra vez. —Acá estoy yo—.

Escucho hablar de países desarrollados y de otros no tanto, pero en realidad lo único que quiero es encontrar la paz, sin importarme las capitales ni mis capitales. Sé que vivimos entre caníbales burócratas, pero ¿qué esperamos hacer? Están a mi lado, han estado ahí desde nuestro nacimiento y estarán ahí siempre, porque hierba mala nunca muere: solo alimenta el fertilizante.

Entre nuestras quejas olvidamos que el hambre humana es un factor que nos seguirá condenando hasta un día después del apocalipsis. ¿Y? Olvidemos ya tanto odio y nuestras temerosas repercusiones, que no nos dejan ver el color de las letras, y…

—¿Quieres bailar conmigo?— Ves, todo mejora.

En este momento siento el frenesí de la hipocresía reconquistando algunas tierras de mis sesos. Me encuentro escuchando música anarquista, llena de ultraviolencia y decadente depresión, pero… ¿saben cuál es la diferencia entre tú y yo? Sencillo: he aprendido a escuchar la perversión humana sin permitir que eso altere la coreografía de mis neuronas, como me dijo alguna vez un buen amigo filósofo [3D].

Mis padres siempre me dijeron en mi infancia que la violencia crea más violencia. Independientemente de su confiabilidad, yo lo he asumido como cierto y, por ende, me hago un poco de publicidad:

"Recibiré toda su violencia, la comeré y luego la descargaré en mi espalda para devolvérsela en forma de hermandad."

Nota: Si no se encuentra conforme por manchas de sangre o dignidad, no nos hacemos responsables.

Para más información, llame a su conciencia y pídale perdón.

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