sábado, 6 de febrero de 2010

Lo Clásico

 













No solo la tranquilidad viene conmigo; también viene lo clásico.

Sentir cómo solo el ruido penetra en mis oídos y, mágicamente, mis neuronas comienzan a interpretar una coreografía tan perfecta que, simplemente, mi cráneo cae lentamente hacia atrás mientras mis dedos describen la magia de este momento.

Siento las teclas del piano hundiéndose en mi piel,
los violines dando color al viento,
y mis dibujos… oh, mis dibujos, solo almas atrapadas
que, en el momento del humo y lo clásico,
salen a acechar mi humilde morada.

[CRÁNEO]

Pienso en la gente que me quiere,
pienso en si me querrán después de esto.
Quiero admiración, pero no la tuya, sino la de un dios.

Un mundo donde el único reflejo que puedo invocar a mi antojo en los charcos de lluvia es el mío;
es un mundo que solo me muestra un dios.

Gané esa admiración [DEIDAD],
pero ahora no hay lluvia en mis ojos,
y, por tanto, no hay reflejos ni charcos.

Ahora no encuentro un dios y, por supuesto, perdí la admiración.

Épocas de lluvias vuelven a visitar mis labios y,
oh, círculo vicioso, mi reflejo vuelve a aparecer.
Ahora todo comenzará otra vez (…)

Del sufrimiento se refleja Dios,
pero sin él no hay por qué sufrir.
El ser humano, sin sufrimiento, no es humano.
Y por eso creamos, ante nuestros cristales, la imagen de un Dios.

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