miércoles, 20 de enero de 2010

La Ley Divina [Primera Parte]

Después de la muerte viene nada. Esta sería la conclusión más sencilla a la que podríamos llegar tras una meditación sobre el tema, sin tomar en cuenta mitos y leyendas ya escritos y descartados, como los proclamados por religiones y culturas.

Una noche de locura, meditación y el recomendado sufrimiento budista, llegó a mí una energía indescriptible —realmente—, con el fin de compartir un poco de su sabiduría en nuestro mundo. Vivimos en un planeta lleno de enigmas, enfermedades y problemas —lo sabemos—, y constantemente intentamos repararlo externamente: con tecnología, héroes de guerra (asesinos), bombas y otro montón de escoria que realmente no tengo tiempo ni espacio para enumerar.

He aquí el problema: nuestra superficialidad en todos los aspectos de la vida.
¿Por qué muere la gente? —Ciencia—.
¿Enfermedades? —Ciencia—.
¿Reencarnación? —Ciencia y religión—.

Así podría seguir por años. Si aún no me creen, pregúntense cuánto de su conocimiento lo han adquirido simplemente de la ancestridad de su espíritu. Este es el mensaje de salvación que llegó a la Tierra y que ahora debemos cosechar para obtener buenos frutos.

Después de una posmeditación reflexiva, esto es lo que vengo a sembrar:

Dentro de nuestra mortalidad se encuentra omnipresente la muerte; todos morimos. Lo que no tomamos en cuenta es que la mortalidad es física en todos los casos, y en el espíritu solo aleatoriamente. Hay cuerpos que mueren llevándose todo con ellos: sabiduría, habilidades, experiencias. Pero también hay almas que, al perder su cuerpo, simplemente se mudan al siguiente y así continúan la siguiente etapa de la gran aventura hacia el confuso haz que se marca al final de la trayectoria. En pocas palabras: reencarnación.

Esta diferencia entre almas es lo que en realidad llamaríamos jerarquía espiritual. No quiero decir que nuestra “bondad” y buena fe sean el factor que define nuestro destino después de la muerte, como iglesias y otras instituciones quieren hacernos creer; la división entre dioses y no dioses fue realizada mucho antes de que el primer ser humano abriera los ojos. Donde hay superhéroes hay supervillanos; donde hay dioses, hay demonios.

Así como nuestras habilidades físicas nos dan la decisión de caminar hacia adelante (+) o hacia atrás (−), nuestras habilidades espirituales nos permiten subir (+) o bajar (−), dejando en claro que la espiritualidad no es solo elevación (pensamiento popular equivocado).

La mejor forma de representar los distintos balances que podemos alcanzar en nuestras vidas es a través de un plano cartesiano. En cada etapa de casi cien años que vivimos todas las almas —algunas muchas veces, otras solo una— tenemos el poder de elegir y formar un camino tanto positivo como negativo en diferentes aspectos.

Sin importar la conciencia que tengamos de nuestros actos, tanto aquí en el suelo como allá en la realidad, estos pueden constituirse de bases negativas o positivas, y esto no altera la calidad esencial de nuestra existencia. La autenticidad y calidad de nuestra alma se mantienen, pues los dioses no controlan dioses y los demonios se gobiernan mediante guerras.

En el ámbito científico, se habla últimamente de algo llamado memoria genética: recuerdos y herencias que recibe un ser vivo gracias a similitudes o copias del código genético de ADN de sus antepasados. Esto es solo otra muestra de cómo buscamos resguardar y entender la sabiduría con la ciencia y desde la ciencia.

Pero si dejamos un momento atrás la superficialidad y artificialidad de nuestros pensamientos, y abrimos la mente a una luz abstracta pero real, podremos entender que la memoria genética es simplemente lo que en el mundo espiritual llamaríamos sabiduría real.

En nuestra vida como energía, el conocimiento y la madurez mental se transmiten a través de los cuerpos (solo las almas-dioses), de forma mucho más tácita que la sabiduría del cuerpo. La sabiduría real es la evolución espiritual que logramos las almas-dioses en nuestros milenios dentro del sistema energético-físico. Es decir, el desarrollo divino que alcanzamos en cualquiera de nuestras “vidas mortales” lo llevamos de cuerpo en cuerpo.

Por otro lado, la sabiduría del cuerpo es todo aquello que aprendes —cierto o no— y que recuerdas solo durante el corto periodo de una vida. Para un alma no-dios, esta sabiduría corporal es su memoria absoluta; para un alma-dios, es solo una parte del proceso de evolución.

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